sábado, 3 de septiembre de 2011

Deporte Extremo: 1. El Monstruo

Nunca me atrajeron los deportes extremos: dan miedo. Nunca pensé que terminaría siendo adicto a uno de esos, un deporte extremo quizá no ortodoxo, extraño y a la vez cotidiano, creado por mí pero practicado por miles a lo largo de los años: andar en bicicleta en la Ciudad de México. 

La cosa es esta: esta ciudad es un monstruo. Todo lo tiene, todo lo puede y moverse en bicicleta, cotidianamente, puede ser tan difícil como llevar el anillo a Mordor. Tráfico, calles eternamente largas, otras calles minadas (llenas de baches), camiones que hacen paradas en donde se les pega la gana, bmw's que se creen que están en autopistas alemanas, mercaderes, peatones que salen de todos lados, perros callejeros...

La bicicleta no es bien vista en esta ciudad justamente por que andar en ella luce, para muchos, irracional e ingenuo: ¡Esta ciudad no está para bicicletas! dicen, y tienen razón. Y es justamente por eso por lo que es tan adictivo y apasionante hacerlo: llevarle la contraria no a la autoridad, no a la familia, no al status quo, sino llevarle la contraria a esta pinche urbe gigantesca, desafiar sus límites, pactar con el peligro a cada esquina. Todos los deportes extremos basan su éxito en la adrenalina provocada por el desafío sin límites que el hombre pacta con la naturaleza más hostil: la montaña, el caudal, el aire... Andar en bici  en esta ciudad se ha convertido, para mí, en un deporte extremo por que basa su éxito en la adrenalina de desafiar no a lo más hostil de la naturaleza sino a lo más hostil del hombre: el hombre del coche, del camión, del tráfico. 

Desafiar al monstruo mismo, ese monstruo que vive y se nutre de nuestras propias necedades, ese que todos construimos y que todos alimentamos. Andar en bici: pactar un duelo a muerte con este monstruo de ciudad.