miércoles, 25 de enero de 2012

Deporte Extremo: 3. Muerto el perro...

En realidad no existe para el ciclista urbano mayor envidia que la que lo invade cuando, sin estar en su bicicleta, observa a otro ciclista hacerse paso por las calles mientras su cabeza se golpea torpemente contra algo a consecuencia de los abruptos frenones de un microbusero más. En efecto. Pero tampoco sería descabellado afirmar que a la envidia del momento le acompaña una sensación de alegría un poco mayor. La razón: cada vez se padece más la primera puesto que cada vez son más ciclistas los que se aventuran por esta ciudad. 
     ¿A qué se debe, pues, esta nueva proliferación de hombres y mujeres en bicicletas por una de las urbes más caóticas del planeta? Definidas quedaron ya, en otro lugar, las dificultades así como los trucos que aquejan a todo aquel que decida practicar esta subespecie de deporte extremo, pero no hemos hablado de las causas de su existencia. Por cierto, son demasiadas: la moda verde, los programas del gobierno, el calentamiento global, el precio de la gasolina, la creciente imposibilidad de moverse en automóvil de manera más o menos eficiente, la necesidad de quemar calorías cuando no se tiene tiempo para ir al gimnasio... Pero, para no hacer el cuento largo (que ni es esto un cuento, ni el blog fue hecho para lo largo) mencionaré las dos grandes razones que parecen unir, provocar y reproducir a las demás. 
     En su libro La invención de lo cotidiano, Michael de Certeau distingue entre lo que llama estrategias y lo que llama tácticas ¿Interesante, verdad? Pues sí. Con estrategias se refiere el francés a algo así como modelos planeados, pre-programados y de amplio alcance, que son impuestos sobre la vida social. Las tácticas, como ya sospechará el lector, son lo contrario: aquellas formas como distintos sectores de la sociedad se apropian y utilizan en su favor aquellos modelos impuestos. A diferencia de la estrategia, la táctica implica corto alcance -pequeñas hoyos escarbados en una gran pared- pero implica, sobretodo,  un desarrollo ininterrumpido, es decir, cotidiano. 
     En este sentido, es evidente que el gobierno capitalino ha intentado imponer a la sociedad ciertas estrategias para favorecer el uso de la bicicleta en detrimento de otros medios de transporte, y, en gran medida, lo ha logrado con éxito. Las famosas ecobicis (que se limitan a unas cuantas colonias bonitas, en este momento) y los carriles exclusivos son los referentes más claros, pero también la ampliación de horarios para llevar bicicletas en el metro o metrobús, además de ciertos RTP que ya tienen racks para colocarlas son ejemplos de esto. Aún así, en gran parte de la ciudad lo mencionado arriba suena fantasioso y la vida que el ciudadano común vive no se presta muy bien que digamos para el uso de este medio de transporte: la gran estrategia que es esta ciudad se lo sigue haciendo muy difícil al deportista en cuestión, pues. 
     De las tácticas con las que el ciclista, entonces, trata de elidir cotidianamente a esta amenazante ciudad ya he hablado bastante por lo que no vale la pena repetirme. Baste decir aquí que la proliferación cada vez mayor de tácticos de esta especie está poniendo y va a seguir poniendo en cuestión, espero que más temprano que tarde, al modo como construimos y habitamos esta ciudad. La creciente cantidad de ciclistas urbanos es un síntoma de la inconformidad de vivir en una ciudad cotidianamente tan poco apetecible y con demasiados problemas (dentro de los que caben bastantes de los mencionados arriba: desde el precio de la gasolina y las distancias hasta el medio ambiente y la salud), y parece como que la insatisfacción ha colmado lo suficiente como para intentar cambiar. 
     "Muerto el perro se acabó la rabia" dicen por ahí. Quizá no sea necesario matar al perro del todo. Es más, en algunos casos no cederá: uno normalmente no puede decidir qué tan lejos conseguirá trabajo, es trabajo y punto. Pero hay muchos frentes en donde definitivamente tendrá que ceder y si no, al menos cada parte de su organismo, del de la ciudad pues, debe ser sujeto a exámenes críticos y a tratamientos médicos.  Que el perro se sane, pa que no vaya a querer morder al ciclista. 

lunes, 9 de enero de 2012

Deporte extremo: 2. El lado bueno del monstruo

"En realidad todo tiene un lado oculto, como la luna" escribía G.K. Chesterton en su Defensa del absurdo. Más o menos por el mismo ámbito se movía el concepto de flâneur de Baudelaire desarrollado por Walter Benjamin y otros: aquel caminante citadino que, llevándole la contraria al progreso industrial, podía ver la ciudad desde un punto de vista privilegiado, tanto por vivirla cercanamente como por experimentarla justamente en sentido contrario a como lo debería de hacer: en tiempos de la construcción de las grandes avenidas, el flâneur elegía caminar. 

De hecho, a Benjamin -un caminante él mismo- le gustaba ejemplificar sus ideas con metáforas de recorridos materiales. En otra ocasión (que pueden consultar aquí), el alemán esbozaba la siguiente analogía: leer es como volar sobre un camino; transcribir es como caminarlo pues se puede palpar el terreno, sentir cada obstáculo, recibir órdenes del camino mismo. Me parece que la analogía está muy bien. Pero si en cambio nos acercamos a pensar qué sucede con el ciclista urbano, que (desafortunadamente) no vuela pero tampoco camina por la ciudad, la respuesta tendría que ser otra. El recorrido no es ni un sobrevuelo ni una transcripción: andar en bicicleta por la ciudad es más bien una re-escritura. El mapa, pues, no se lee y no se calca, el mapa se vuelve a dibujar. 

Y es que el ciclista urbano no es sólo un atrevido deportista, es también un flâneur pues, como ya dijimos aquí, su especialidad es llevarle la contraria al raciocinio urbano, y, en este quehacer, experimentar la ciudad de una manera diferente. Como el caminante de la modernizada París, el ciclista se dedica a descubrir la porción oculta al ojo cotidiano de este monstruo que es la ciudad. Pero este descubrimiento no se lleva a cabo, como en el caso del caminante y transcriptor benjamiano, al recibir órdenes del camino sino que se logra al construir el ciclista su propia ruta. 

En efecto, un buen ciclista sabe intuir esas porciones de la ciudad que son más amigables, esos espacios que quedan neutralizados entre dos avenidas gigantes, esa calle por la que no pasan coches: digamos que sacrificar los senderos de la revolución o, mejor aún, del patriotismo en favor de la sosa Avenida 1 es algo que todo practicante de este deporte consideraría sensato. En la práctica se aprende también que así como una calle demasiado grande puede ser un peligro, una demasiado pequeña puede ser un conflicto en caso de encontrarse de frente a un coche. En materia de planos inclinados, el ciclista tiende a gustar de las bajadas más inclinadas, pero evita a toda costa cualquier síntoma de subida. También, de preferencia, se distancia de empedrados, por más pintorescos que resulten pues pueden provocar lesiones irrevocables. Se sabe de avenidas en las que un carril o bien va en sentido contrario al resto o es para uso exclusivo de algún transporte público: un ciclista urbano que se nombre como tal no puede desaprovechar esta insuperable oportunidad. Si la banqueta es plana y está sin peatones, es legítimo utilizarla, pero todo adentrado sabe que esta combinación es del todo imposible en esta ciudad. Si hablamos de condiciones meteorológicas, se prefieren los días nublados, aunque haya necios que insistan en que son "tristes". En días de sol los ciclistas buscan los barrios y las calles arboladas; los días de lluvia suelen ser más conflictivos por lo que sólo diremos que cruzar un charco grande puede ser una molestia, uno pequeño una diversión. Durante el día, se puede ver a los ciclistas urbanos memorizando baches y grietas por toda la urbe. Esto último tiene una razón de ser: por las noches el ciclista está ocupado estudiando el alumbrado eléctrico; de la combinación infalible de ambas partes surgirá la ruta elegida. Una última premisa: ni los coches ni los peatones pueden dar seguridad puesto que ambos son conducidos por personas. 

Así, en el trazado de su ruta, en la elección de caminos y calles, el deportista va (re)dibujando el mapa de otra ciudad, una con una cara más sonriente y un trato más amable. El lado oculto del monstruo, aquél que no se basa en la rapidez o la efectividad, resulta un lado mucho más humano del normalmente pavoroso ser. 

Distopía, de Leonardo da Jandra

Les comparto una reseña que escribí en la revista electrónica Cuadrivio. La novela es Distopía de Leonardo da Jandra. Aquí.

miércoles, 4 de enero de 2012

Rastros del semestre

Algunas de las lecturas interesantes de este semestre:


  • Jonathan Franzen, The Corrections: Una enorme novela realista del 2001, conmovedora como muy pocas novelas que he leído últimamente.
  • Fritjof Capra, La trama de la vida: Un libro muy interesante para los que desconocemos todo lo que tenga que ver con cosas como matemáticas, biología o física pero que aún así nos interesa saber. Su propuesta encamina distintas teorías científicas más o menos recientes hacia una propuesta sintética. 
  • Jesús Martín Barbero, De los medios a las mediaciones: Un enorme libro que ahonda en el debate entre cultura popular y cultura masiva desde el concepto de hegemonía de Gramsci. Bastante genial.
  • Jean Franco, Decadencia y caída de la ciudad letrada: Una apasionante e inteligente revisión histórica de la literatura latinoamericana del siglo XX. Es un clásico al parecer pero yo apenas lo leí este semestre.