jueves, 30 de agosto de 2012

Dexter

Tarde como siempre, termino de ver la primera temporada de Dexter. Me parece que hay seis. Es una serie excelente y creo que existe otra razón más allá de su desarrollo tan bien construido, sus buenas tramas en cada capítulo y sus personajes bien logrados, como el propio Dexter, o Deb, su hermana. Me parece que su gran éxito radica en el profundo extrañamiento que provoca su forma de lidiar con dos obsesiones norteamericanas: el asesino serial y el vigilante superhéroe. 

En realidad, Dexter es una serie bastante conservadora en cuanto a su ideología, al menos en apariencia. La mayor parte de los criminales y asesinos que aparecen son en realidad sujetos aislados, malos en sí mismos, y no existe demasiada relación entre ellos y el sistema político y económico del cual forman parte. Este hecho permite la perfecta duplicidad de la vida de Dexter, un asesino serial atado a un código moral estricto según el cual él sólo puede matar a otros asesinos: por un lado, trabaja como forense para un sistema policíaco que si bien tiene ciertas limitaciones intelectuales, es hasta cierto punto eficiente y siempre honesto, y por el otro, es el superhéroe que se dedica a lidiar con aquellos casos que a la policía se le escapan de las manos. 

De esta forma se unen alrededor de un mismo personaje dos ámbitos en realidad no tan disímiles. La historia del vigilante que, forzado por un hecho pasado tormentoso, decide hacer justicia por la propia mano contra aquellos tipos alienados que se pasan la vida atormentando a la sociedad y la historia de un cuerpo policíaco batallando cada día por que se preserven la ley y el orden. En realidad la vida de Dexter no es tan ambivalente: a final de cuentas, con ambas identidades se enfrenta a exactamente el mismo mal y en ambos casos lo hace bajo un código moral casi idéntico y con los mismos recursos ya que tanto en su trabajo como en su quehacer vigilante, Dexter emplea toda una parafernalia técnico-científica tan apreciada tanto por las series policíacas (CSI, para no ir más lejos) como por ciertos superhéroes (Batman). 

¿Y lo de asesino serial? En efecto, he ahí donde radica la peculiaridad de la serie. No tanto en que Dexter mate, sino en que mata por necesidad psicológica, por compulsión. "No puedes ser un vigilante y un asesino" le dice su hermano sobre el final de la temporada, pero ¿de verdad no? ¿que no es eso lo que siempre han hecho los vigilantes? Ese, creo, es el meollo del asunto: Dexter encarna en un mismo cuerpo al gran prototipo del héroe norteamericano, el superhéroe invencible, y a su peor pesadilla, el asesino serial psicótico y diluye cualquier tipo de distinción entre ambos, creando así una genealogía alternativa del vigilante. Su naturaleza hace trastabillar al gran paradigma popular de la heroicidad, así como nuestra forma de desear de justicia. Las series de televisión tienen una facilidad muy peculiar de irse transformando a sí mismas –mucho como las novelas de Eugene Sue en el XIX– y no sé que me depararán las siguientes cinco temporadas. Pero por ahora creo que es en esto en donde radica su tan especial y atractiva extrañeza: en sugerir la idea de que, visto de cierta forma, todo superhéroe es en el fondo nada menos que un compulsivo asesino serial. 

miércoles, 11 de julio de 2012

It's me, Mario

La única consola que he tenido en mi vida se llamó Super Nintendo. Creo que ya no existe. Como se podrá sospechar, nunca he sido un buen aficionado a los videojuegos. Por alguna razón, me aburría rápidamente, no era como casi todos mis amigos que llegaban cada día a clases a contar las proezas logradas la tarde anterior: en el 64, en el Game Cube y más tarde en el Play Station. Mi mamá los odiaba, los odia de hecho, y me imagino que yo he tenido que cargar con algo de ese odio, al menos en su versión transformada en indiferencia. 

Pero amaba mi Super Nintendo (aunque en realidad fue un regalo de navidad para mi hermana grande). Y todo gracias a un juego que me obsesionó por años. Era uno de los pocos que tenía (creo que en total eran tres): Super Mario World. Esa novela de caballerías donde el caballero y su escudero son plomeros italianos, la montura es una especie de dinosaurio llamado Yoshi (que podía adquirir varios colores) y comer hongos, de modo extrañamente semejante a la vida de acá, te puede hacer crecer, dar vida o matarte. Esa novela interactiva que le quitó la chamba a Rayuela, ese videojuego que se convirtió en una de las mejores ficciones. 

Casi nunca lo jugaba. Super Mario World tenía un espacio reservado en mi vida. La actividad estaba apartada para las vacaciones, cuando llegaban de visita mis dos primos de Aguascalientes. Luego de que cumplieran las formalidades y de que se instalaran en mi casa, nos sentábamos frente al televisor durante quién sabe cuántas horas y días. Nuestra misión, interrumpida por los meses separados, era pasar juntos ese mundo de aventuras y de ficción: como Luigi y Mario. No sé cuánto tiempo nos tomó, creo que años. 

Recuerdo muy bien los momentos en los que reflexionábamos sesudamente cómo encontrar la salida para cierto nivel complicado o cómo nos sorprendíamos cuando encontrábamos desvíos inesperados (como la estrella intergaláctica). Sonrío al vernos mejorando nuestra técnica de juego como si nuestra misión fuera de vida o muerte, nuestra necedad en hacer un intento más a pesar de que ya nos teníamos que ir a dormir, los corajes que hacíamos cuando aparecía la pantalla negra y un letrero blanco que decía Game Over, acompañado de una música derrotada.

Me invade una gran nostalgia cada vez que recuerdo la estética de ese juego, como ahora, que otra vez tengo insomnio y pienso en todo esto: en los colores noventeros, casi fosforescentes; en las formas de los mundos, de las montañas, de las nubes; en esa música legendaria que acompañaba incansablemente al juego y que cambiaba de motivo según el tipo de mundo al que se ingresaba (agua, cueva, tierra, aire); en el modo en el que se rompían los tabiques cuando les pegabas. En el Bosque de las Ilusiones, el castillo del malvado Ludwig Koopa Jr., en la lava, el agua, en los erizos rojos. Me acuerdo también que cuando lo pasamos por completo un dejo de insatisfacción rodeó al último de nuestros triunfos: se terminaba lo que nunca pensamos que lo haría, salían los créditos finales de un mundo que nos había encantado, finalizaba una misión que nos había unido a mí, a Joaquín y a Esteban, y tengo la sensación de que ninguno de los tres queríamos que sucediera del todo.

El otro día traté de prender mi Nintendo: no funcionó. Hice todo lo que se hace en ese caso: volví a conectar los tres cables, saqué el casette y le sople a la parte de abajo para remover el polvo, lo conecté a otra televisión. Nada. Supongo que, de querer, podría conseguir otro, sobretodo en esta ciudad. Incluso otro casette de Super Mario. Pero no tiene sentido. Walter Benjamin, en uno de esos fragmentos que es su obra (que es como este videojuego pero en filosofía), decía que las cosas solamente adquieren todo su significado una vez que ya no existen: son las ruinas las únicas que pueden guardar a un espacio y un tiempo por completo dentro de sí, inamovible, completo. 

El otro día traté de prender mi Nintendo. Saqué la consola, puse Super Mario por última vez en la rendija, moví hacia arriba el botón morado que decía POWER. Pero en la pantalla no apareció el juego, nunca salió la opción para elegir entre un jugador o dos. En su lugar apareció el recuerdo de la emoción compartida cuando pasábamos un nivel, los festejos, a mi primo chiquito haciendo una especie de baile de triunfo, la facilidad con la que pasaban las horas cuando estábamos juntos. Apareció la impaciencia con la que me despertaba el día en que llegarían para quedarse en mi casa, nuestros gritos y nuestras risas sin parar. Como cuando éramos felices. 

domingo, 8 de julio de 2012

Venice Beach (¿Alguien me lleva?)

 "If I go, I'm going crazy" Isakow

























1 Cerveza Anchor.

1 Combo Double-Double de Cheeseburger del In-  N-Out.

1 Sol Pacífico.

Nostalgia de esa época que viendo el Pacífico, comiendo hamburguesas y creando películas sin parar pensó que ahí se vivía el final de los tiempos

Tengo que ir ¿Quién me lleva? Por favor



viernes, 29 de junio de 2012

Cravan vs. Johnson

[Tuve a bien encontrar en una librería de esta ciudad el libro Maintenant (Caja Negra, 2010), recopilación de textos, crónicas, noticias y testimonios sobre o escritos por Arthur Cravan (Francia, 1887), mítico ser humano y, según una notica del New York Herald del 21 de abril de 1917 , "poeta, campeón de box amateur, crítico de arte y director de una revista". Transcribo a continuación una declaración hecha por Cravan sobre el boxeador Jack Johnson, quien derrotó al francés en una plaza de toros en Barcelona, año 1916]


Su izquierda es un poco baja, y es la mano que más utiliza, apoyándose sobre la pierna derecha. Es un boxeador defensivo. Johnson tiene algo de nuevo rico. Había comprado muebles en Barcelona por veintisiete mil pesetas y, poco tiempo después, cuando yo me encontraba con él en un hall de un hotel, cerca de otra persona, me dijo: "Háblale a ese tipo", haciendo alusión a sus compras. "Pero no lo conozco", protesté. "No importa, háblale igual", replicó el gran exiliado. Tiene algo de nuevo rico, pero  más aún algo de rey; sus párpados son reales: es una suerte de Luis XV. En el hotel, cada vez que se presentaba un periodista, decía: "Otro de esos inmundos reporteros". Para verlo, un periodista debía esperarlo de pie durante dos o tres horas. Cada vez que le presentaban una cuenta, decía: "¡Mañana, mañana!", y completaba la frase con un despectivo: "¡Pídanle dinero al campeón del mundo!"No digo esto para rebajarlo: es un estafador, y en otros momentos un verdadero niño. Fuera del ring es un hombre de escándalos -lo aprecio mucho por esta razón. Excéntrico, animado, es bueno por naturaleza y gloriosamente vano. Detrás de todo lo que tiene alguna relación con Johnson hay una jauría de policías. Siento por él una gran admiración. Lo había conocido un poco en París antes de que nos enfrentáramos en Barcelona para concluir el combate. Fue en un club nocturno y como yo me rehusaba a hacer lo que él quería, se enojó. Me golpeó en la mandíbula y la cosa terminó en una trifulca general. Al día siguiente se podía leer en los periódicos españoles: "Hubieran sido necesarios titanes para osar interponerse. Ninguno de los dos estaba en la mejor condición física. Rápidamente me quedé sin aire. Lo que más me molestaba era su izquierda: con ella me mantenía a distancia. Sin embargo, mide cinco o seis centímetros menos que yo. Es, en la estela de Poe, Whitman y Emerson, la gloria más grande de América. Si aquí hubiera una revolución, combatiría para que se lo entronizara Rey de los Estados Unidos. (The Soil, No.4)

martes, 19 de junio de 2012

Insomnio (fragmento)

En medio del insomnio, bocabajo y bocarriba, E. recuerda una imagen de su infancia. Está con su mamá en un Blockbuster lejos de su casa. Una vez en la fila, su mamá se distrae en el momento en el que decide robar unos chicles o una pelotita rebotadora y se los guarda en la bolsa. El robo sale a la perfección, ni una sospecha, ni un impedimento, ni un imprevisto. Pero E. no puede disfrutar de su triunfo: se arrepiente. Se pasa todo el camino de regreso y buena parte de la película ansioso, seguro de que iría a la cárcel, de que se darían cuenta. Lo atraparían por ladrón. Esa noche, como esta otra, E. no puede casi dormir pues su cabeza sólo puede pensar en el castigo que pronto sufriría por haber hecho las cosas mal.  

martes, 12 de junio de 2012

Alfabetiza (ADECO): Apoyo vía Global Giving


Copio este mensaje de los amigos de Adeco, un grupo de jóvenes que organizan cada año campañas de alfabetización en el país muy bien planeadas. 

Amigos!
 En Adeco, (Acciones para el Desarrollo Comunitario, A.C.) estamos comprometidos con fortalecer la organización y participación comunitaria a través de procesos educativos que desarrollen capacidades y herramientas para transformar la vida de las personas. Una de las formas en que hacemos esto es a través del proyecto ¡Alfabetiza! Campaña de educación para adultos, que busca que los habitantes de distintas comunidades rurales inicien un proceso de organización en su comunidad a partir de clases impartidas por jóvenes que se capacitan para ser alfabetizadores.
Este 14 de junio tu donativo para apoyar a ¡Alfabetiza! puede crecer hasta un 30% gracias a Global Giving, quién realizará una aportación extraordinaria a la cantidad que dones únicamente este día. Global Giving es una plataforma internacional para la recaudación de fondos. Es un espacio seguro que busca dar a conocer proyectos de calidad y organizaciones confiables como nosotros.
RECUERDA QUE SOLO ES EL 14 DE JUNIO ENTRE LAS 00:00 Y LAS 24:00 HORAS DE NUEVA YORK recordemos que es una hora más allá, así que puedes comenzar a donar el miércoles 13 a las 11 de la noche de México!!!
Agradecemos tu compromiso y convicción con una manera distinta de mirar y hacer la práctica educativa y el desarrollo comunitario en tanto actividad transformadora de la vida de las personas.

 No olvides, el 14 de junio de 2012 entra a la página del proyecto dentro del sitio GlobalGiving.org y sigue estas sencillas instrucciones:

1. Selecciona una de las cantidades asignadas a distintos rubros del lado derecho de la página, o bien, escribe la cantidad que deseas donar.
2. Da click en "donate".
3. Escoge la forma de pago. Para ciudadanos de Estados Unidos, hay varias formas, pero para quienes donan desde México y otras partes del mundo, lo mejor es seleccionar la opción de pago con tarjeta de crédito.
4. Llena el formulario que aparecerá a continuación para poder hacer el donativo. La información que proporciones y el cobro a la tarjeta son totalmente seguros. Las donaciones se pueden hacer a tu nombre o de forma anónima.
 Otra forma de apoyarnos es difundiendo esta información entre todos tus contactos, ya sea reenviando este correo, o bien, entrando a la página del proyecto, en donde puedes buscar la sección que dice "Promote This Proyect On Your Site" del lado derecho de la página, para que puedas enviar un mensaje a tus amigos o pegar un vínculo en tu perfil de Facebook o Twitter invitando a donar.
¡Muchas gracias!
Adeco

miércoles, 16 de mayo de 2012

Error

                     "Ni la vida ni la muerte, sino la obsesión de una por la otra" Jaques Derrida, Las muertes de Roland Barthes

Hace unos cuantos días me preguntaba por qué nos gustan tanto, ahora, esas fotografías que fingen ser de otro tiempo. En realidad la pregunta tendrá que seguir sin respuesta, en realidad sean probablemente otros los que a posteriori vengan a explicarnos nuestra propia época, cuando nosotros tal vez ya ni estemos por aquí. Sólo puedo aventurar una idea, la única que tengo aquí y ahora.

¿Por qué anhelamos esas filtraciones de luz que en otro tiempo eran errores de las cámaras, por qué nos gusta que las fotos parezcan teñidas por el sol, por los años o por su reclusión en un álbum olvidado? La "parodia –decía Claudio Magris– es sobretodo nostalgia de algo perdido e inalcanzable, de algo que no podemos alcanzar y expresar directamente sino que sólo podemos aludir y evocar indirectamente"¿Qué es, entonces, aquello que tratamos de alcanzar en la repetición del error fotográfico pasado? ¿Será que nos damos cuenta que sólo somos el resultado de una serie de errores, de fallas y buscamos a tientas y en donde podemos, y sin mucho tino por cierto, aquello que nos podría explicar?

Como si las equivocaciones de las cuales somos producto se encontraran escondidas ahí detrás de una foto poco nítida, de un color mutado, de un traslape de tomas. Como si la reivindicación de los accidentes del pasado permaneciera como la única manera de aceptarnos tal cual somos. Pero es también la forma que tenemos de cantar a esa otra época que, a pesar de estos errores, nos resulta más feliz. Sabemos, en el fondo, que tampoco lo era, pero la parodia sirve justamente para sentir nostalgia de otra época, nostalgia que es siempre deseo de recuperar ilusiones y certezas ya imposibles de tener, y  también es, la parodia, uno de los recursos para expresar nuestra infelicidad. Por eso es cíclica: nos gustan estas fotos porque es nuestra forma de perdonar, de redimir las fallas de fábrica de las que somos resultado y a la vez las expresamos como un perdón, fotografiado de antemano, para todos aquellos a los que, lo sabemos, sólo vamos a poder heredar una nueva serie de errores.

domingo, 29 de abril de 2012

Edward Said

“Todo lo que uno hace está ligado siempre a circunstancias físicas […]: no somos cerebros sin cuerpos, ni máquinas de poesía”.     Edward Said[1].

Introducción
Dentro del mundo de la teoría literaria, me parece que pocas obras críticas y teóricas se sienten tan personales como la de Edward Said, el crítico palestino y uno de los principales representantes de la llamada teoría poscolonial. Esto es así por las ataduras que la experiencia imperial, a la cual dedica buena parte de sus páginas, tiene con el propio devenir de su vida individual.
Me parece, por otra parte, que la cosa no se detiene, ni mucho menos, ahí: incluso sus conceptos, su propia idea sobre lo que es la literatura, para qué sirve y cómo puede ser leída todos surgen de un cuestionamiento de problemas y experiencias que se notan sumamente vitales a lo largo de su obra teórica. Este ensayo, algo atípico, buscará mostrar algunas de estas relaciones entre su vida, la historia en la que le tocó participar y su obra teórica: el argumento que se mantendrá atrás de todo es que estos elementos se conjugan en una visión del intelectual que Edward Said propone, y que nos interesa destacar aquí.
Para fines de este ensayo, no rebasaré Cultura e imperialismo, uno de los libros importantes de Said y a partir del cual esbozaré mis reflexiones. También me apoyaré en algunas entrevistas y en otros artículos para ir completando ciertos argumentos[2]. El ensayo comenzará con un breve recuento de la vida de este crítico para luego pasar a hablar del tipo de problemas que esto hizo surgir en su trabajo intelectual. Después se hablará de la “estructura de actitud y referencia” y de la “lectura en contrapunto”, dos conceptos importantes de su obra teórica para, luego de todo esto, aventurar algunas conclusiones sobre las posibles enseñanzas que podríamos recuperar de su pensamiento.
I
Said es otro ejemplo del intelectual que viaja hacia las metrópolis culturales para hablar desde ahí, y, sin embargo, es un espécimen raro ¿Cuántas veces no vemos como intelectuales latinoamericanos, por ejemplo, una vez que hablan desde Europa, que se han mojado con las “aguas de la verdadera cultura”, no se asoman y dirigen con algo de soberbia, de desdén, de falsa superioridad?  Said no es el caso.
“Mi pasado son una serie de desplazamientos y exilios que ya no pueden ser recuperados –dice Edward Said en una entrevista–, la sensación de estar entre dos culturas siempre ha sido muy fuerte para mí”[3]. En efecto, nacido en la Palestina británica, Said vivió una serie de mudanzas que lo llevaron de oriente a occidente, tanto en sentido geográfico como en sentido cultural y, por supuesto, político. Quizá no sea demasiado absurdo situar aquí el génesis de una de las nociones centrales de su pensamiento: la geografía también es política.
En Egipto, otra región que acababa de independizarse, Said cursó buena parte de su educación básica, educación que todavía tenía muchos rezagos del pensamiento imperial. Ahí aprendió que su lengua no era tan buena como la inglesa, que su cultura no era tan elevada. En Egipto se le enseñó, a través de productos culturales como la literatura, que ellos no sólo habían sido una presa fácil, sino un presa merecida para ser devorada por, león de leones, el Imperio Británico, el cual, arrogantemente, parecía decir que si no fuera por ellos nadie  habría llevado a Egipto a la modernidad.
Una vez en la academia norteamericana, como profesor de literatura inglesa, Said llevaba lo que él llama una “vida esquizofrénica” donde su trabajo académico y sus intereses reales estaban totalmente disociados. Enseñaba a Jane Austen y a Charles Dickens pero en realidad le preocupaba el resurgimiento de la retórica imperial en Estados Unidos, en donde se trataban de justificar invasiones al dar a entender que hay lugares que “necesitan” e incluso “quieren” ser invadidos. Sin embargo, no fue sino hasta que el palestino unió ambas partes que se consolidó esa teoría literaria y cultural tan suya: a la vez rica en planteamientos y propuestas pero también rica en su fuerte carga de valor personal y emocional.
II
Y es que su pensamiento es uno con una noción de su posición histórica muy fuerte. Parece que sabe que su forma de pensar, de entender y, sobretodo, de leer quedaron marcados y definidos por su propio devenir, que es un devenir histórico: su vida es parte de una experiencia más grande, la del imperio (o los rezagos de éste), la del desplazamiento geográfico hacia las metrópolis y la toma de voz una vez ahí. Los intelectuales, nos dice en Cultura e imperialismo, “pertenecen en gran medida a la historia de sus sociedades y son modelados y modelan la historia y la experiencia social en diferentes grados” (CI, p. 26).
En efecto, es en la experiencia de su historia donde Said encontró la mayor parte de los problemas intelectuales que le concernieron. Si su vida fue una serie de desplazamientos, buena parte de su obra crítica la dedicó a analizar novelas de desplazamiento, novelas de viaje como las de Joseph Conrad pero que seguían un itinerario en sentido contrario al suyo: si él viajó de la colonia a la metrópoli, estas novelas viajaban al revés, del centro a la periferia. Kim, Pasaje a India, T.E. Lawrence, esa es la literatura a la que se acerca porque esa es la literatura que mantiene un diálogo (casi siempre imperialista) entre culturas, entre aquí y allá, nosotros y ellos, identidad y diferencia.
Pero quizá el gran encuentro de Said fue percatarse del despliegue geopolítico de la literatura y otros discursos estéticos. A lo largo del libro del que hablamos aquí, Said se pregunta una y otra vez por qué casi ningún crítico o escritor metropolitano hablaba de la dimensión imperial de distintas obras y parece concluir que simplemente la idea de imperio era una idea totalmente absorbida o al menos era entendida como algo lejanísimo del mundo de la cultura. Pero en cambio él había visto y vivido los rezagos de una experiencia imperial que abarcaba mucho más que sólo cañones y ejércitos, que era soportada, de hecho, “por impresionantes formaciones ideológicas que incluyen la convicción de que ciertos territorios y pueblos necesitan y ruegan ser conquistados” (CI, p. 44). La literatura, en particular, es una de esas formas como la idea imperial fue logrando consenso y, poco a poco, se fue volviendo algo normal, incuestionable.
Esto es a lo que se refiere con el concepto de “estructura de actitud y referencia”. Se trata de la forma como distintas obras, a menudo casi inconscientemente, conciben su posición en el mundo de acuerdo a su tiempo y su lugar pero también en relación con otro ante el cual se elabora la propia identidad. Edward Said, situado personalmente entre culturas distintas pero a la vez inexplicables una sin la otra (Occidente y Oriente) parece decirnos que todo trabajo intelectual y artístico tiene un sustrato geográfico que es también político y, sobretodo, histórico.
Es por eso que su propuesta de lectura es la llamada “lectura en contrapunto”. El término lo toma del mundo de la música. Amén de mi absoluto desconocimiento de ese reino del arte, se trata de una técnica en donde dos o más voces están en relación y logran cierto equilibrio al ir cada una tomando cierta primacía y luego cediéndola. En fin. En Said se trata precisamente de algo así: en principio, se trata de la capacidad del crítico de situar la obra literaria en un concierto de voces más amplio, es decir en torno a la historia, la política, la economía y demás; en otro sentido, se trata de evaluar lo mencionado arriba: cómo un discurso se construye en oposición a otro, cómo el discurso imperial siempre implica, aunque oculta, la voz del otro, la de la resistencia, la del colonizado, la de la alternativa.
Para ejemplificar esto, valdría la pena revisar la lectura que Said hace de Mansfield Park, una novela de Jane Austen situada en una mansión en la campiña inglesa y en donde la dimensión imperial (a diferencia de novelas como Pasaje a India de Forster) parece del todo irrelevante. No me puedo demorar mucho pero diré que Mansfield Park es una novela en donde la vida en una mansión inglesa es retratada a través de distintas relaciones sociales y órdenes establecidos o re-establecidos. La lectura de Said parte del hecho de que la vida en esa mansión es posible por el hecho de que Sir Thomas, el dueño, es también dueño de una plantación de azúcar en la isla caribeña de Antigua. Este detalle se menciona pocas veces y la plantación se sabe que existe aunque nunca llega a aparecer en la novela. Pero justo ahí está la clave. En cuanto a la parte de referencia, Austen parece dar por sentado que la existencia del aquí de “casa” o sea, de Inglaterra, sólo es posible en la medida de que exista un allá en donde hallar el sustento, Antigua. Y es de esta noción geográfica y económica de donde surgen las actitudes de la novela: Said lee en el hecho de que a penas y se menciona la plantación como una forma de dar por sentado el orden imperial, como algo normal pero también, y esto es importante, como algo necesario para que la vida de acá, la vida de la gran cultura británica, en todos sus sentidos, sea posible. La forma como va leyendo esta novela es contrapuntística en el sentido en el que la relaciona con distintos discursos del orden de lo político y lo económico de la época de Austen en relación con las colonias caribeñas, además de que, en otro punto del libro, hace una conexión al revisar el trabajo del un historiador revisionista trinitario: CLR James. Este concierto de voces, pues, logra interpretar de una forma muy novedosa a una autora en la que estas características permanecían en la sombra. Según Said, no es que Jane Austen u otros escritores fueran seres viles e imperialistas sino que fueron parte y a la vez ayudaron a consolidar una estructura histórica de actitud y referencia donde “los nativos y […] sus territorios [fueron] vistos como carentes y necesitados de la misión civilisatrice” (CI, p. 22) y en donde la noción de ser un imperio se fue volviendo, a través de productos culturales como la novela, cada vez más asimilada y hegemónica: de ahí la poca atención que este hecho recibió durante casi un siglo de parte de la crítica cultural.
III
Me parece que de este muy breve recuento de ciertos momentos de la teoría poscolonial de Said podemos sacar tres conclusiones, tres enseñanzas. La primera, y quizá la más evidente, es que la obra de Said vino a confirmar la famosa frase de Walter Benjamín según la cual todo documento de civilización es a la vez un testimonio de barbarie. Su forma de leer demostró hasta qué punto la literatura y otras artes sirvieron para consolidar la convicción imperialista, hasta qué punto los valores más elevados, las mejores y más cultas voces de una cultura sirvieron, en un acto de barbarie, para convencer a muchas personas de que era necesario conquistar, subyugar y silenciar a otros seres humanos. Y, sobretodo, alumbró el hecho de que la existencia misma de esa cultura tan elevada, de esos escritores y artistas prodigiosos, por el sencillo hecho del poder económico del que su sociedad gozaba, “no serían posibles sin el tráfico de esclavos, sin azúcar y sin la existencia de la clase de los plantadores coloniales” (CI, p. 161). Como en Mansfield Park, la vida en casa necesita de una plantación allá lejos en el Caribe, tan lejos que es mejor hacer como si ni siquiera existiera, como si allá no hubiera alguien con una voz.
En otro sentido, sin embargo, me parece que el hecho de que Said sea tan consciente de que los textos que elige leer no son casualidad, es decir, del hecho de que sabe que su teoría surge a partir de ciertas lecturas y, sobretodo, de ciertas preocupaciones muy concretas, es una lección sobre cómo leemos la teoría de la literatura. Quizá sea momento de aprender a leer teoría a partir del contexto histórico y social del cual surge y, por supuesto, del sujeto histórico, del individuo o el grupo de individuos, que la escriben. Y esto muy a pesar de la tan enseñada “muerte del autor” que, por otra parte, también respondía a una situación histórica particular, muy concretamente a un grupo de teóricos que intentaron modelar una teoría a partir de la lingüística saussureana y que buscaban legitimar el estudio de la literatura al postular a ésta como una ciencia sistemática en donde una serie limitada de principios abstractos podía dar cuenta de todos los textos literarios concretos. Pero esa es otra historia. Por ahora me interesa proponer que la teoría de la literatura no es una reflexión abstracta, surgida de textos literarios seleccionados arbitrariamente, o peor, de todos los textos, sino que son, las teorías, reflexiones que cuestionan ciertos textos en donde se articulan ciertos problemas surgidos en distintos tiempos y lugares y que son motivadas por cuestiones a veces muy distintas entre sí. Y, en este sentido, la teoría puede no perder su cualidad abstracta o –valga la redundancia– teórica, pero resulta, a su vez, una disciplina intelectual concreta: hecha por hombres y mujeres de carne y hueso con una geografía, una historia y un devenir particulares que afectarán los problemas sobre los cuales reflexionarán, así como los textos en los que estos problemas habitan.
Pero hay una tercera enseñanza, una que parece estar atrás, un poco postergada en la sombra pero consistente a lo largo de todas las reflexiones de Said. Hacia el final de su introducción a Mimesis, el gran libro de Eric Auerbach, Said dice que el gran triunfo del alemán fue aquello que tiene de gesto su libro: Mimesis, escrito en el exilio y durante la guerra, es el intento de tratar de recuperar todo lo valioso que pudo haber tenido una cultura occidental que Auerbach pensaba en decadencia. Su libro implica un fuerte compromiso con su disciplina, porque se aferra a ella, pero también un fuerte compromiso vital e histórico: utilizar todo su saber filológico para poder esbozar un recuento de su propia cultura, y, en ese sentido, de su propia identidad. 
Quizá podamos valorar la obra de Said como un gesto también. Como el gesto de proponer, a través de su práctica como académico y crítico, una idea muy particular de lo que significa ser un intelectual humanista. “La universidad […] debe seguir siendo el sitio donde se investiguen, discutan y reflejen […] problemas vitales” (CI, p. 31) nos dice casi al principio de Cultura e imperialismo. En efecto, su vida, su obra y su forma de leer nos enseña muy bien lo que para él implicaba ser intelectual: por un lado, alguien que se sepa parte de un historia particular y que, por lo mismo, se sepa privilegiado de poder tomar la palabra para hablar y articular ciertos problemas que le pertenecen como parte de su identidad histórica y cultural; por el otro, ser intelectual implica a la vez un compromiso con una disciplina y a la vez la capacidad de relacionar esa disciplina con otras, es decir, alguien que sea capaz de unir su voz con otras voces en apariencia muy diferentes pues sólo así se puede integrar la propia reflexión dentro de esa verdadera orquesta que es aquello en torno a lo cual supuestamente es nuestro quehacer reflexionar: la vida humana.
 
Marzo, 2012.


[1] “Literary Theory at the crossroads of Public Life” en Gauri Viswanathan (ed.) Power, Politics, and Culture: Interviews with Edward Said, Vintage, New York, 2001, p. 81
[2] Edward Said, Cultura e imperialismo, 3ªed, Anagrama, Barcelona, 2001. En adelante citaré en el texto con esta edición; abreviaré como CI. Las entrevistas están compiladas en Gauri Viswanathan (ed.), op. cit. Las traducciones de este libro serán mías.
[3] Edward Said, “Literary theory…” en Gauri Viswanathan (ed.), op. cit., p. 70. 

jueves, 2 de febrero de 2012

Wiener, Von Neumann y la retórica de la ciencia

En un ensayo de divulgación científica llamado La trama de la vida: una nueva perspectiva de los sistemas vivos (Anagrama: 1998), Fritjof Capra, antes de explicar las primeras teorías de la cibernética, introduce a los responsables de éstas de una forma que roza la descripción literaria. Cuando menciona a Norbert Wiener, por ejemplo, cuenta una anéctoda excéntrica que busca construir en el imaginario del lector a una especie de héroe-genio: 
Según testigos precenciales [de las Conferencias de Macy], Wiener tenía la desconcertante constumbre de quedarse dormido durante las discusiones, llegando incluso a roncar, aparentemente sin perder el hilo de lo que se decía. Al despertar, podía hacer de inmediato penetrantes comentarios o señalar inconsistencias lógicas (p. 72).
Una anécdota similar cuenta Capra de John Von Neumann, nuevamente para dejar en claro, a través de una figura muy conocida y que se llama hipérbole, la genialidad de un hombre como éste: "Se decía que él podía comprender la esencia de un problema matemático casi instantáneamente y que podía analizar cualquier problema -matemático o práctico- con tal claridad que toda posterior discusión resultaba innecesaria" (ibid.)
Es sin duda evidente que Capra utiliza hipérboles, anéctodas y rumores ("se decía" "según testigos"...) para construir a los personajes cuyas obras después explicará puesto que presentar a estos seres de cierto modo facilita la comprensión o el adentramiento en ideas más bien abstractas y complejas. Pero este científico no es el único que hace algo así, no es un bicho raro que decidió sacrificar la tan ansiada objetividad del discurso científico en favor de una comprensión más amplia. De hecho, el uso de estos recursos del campo de lo literario parece ser algo bastante común. Más adelante en el texto, por ejemplo, Capra cita a James Lovelock en el momento en que supuestamente éste se da cuenta de los alcaces de su descubrimiento:
La revelación de Gaia vino a mí súbitamente, como un relámpago de iluminación. Me encontraba en una habitación  del piso superior de los Laboratorios de Propulsión a Chorro en Pasadena, California. Era otoño de 1965... y estaba hablando con mi colega Dian Hitchcock sobre un documento que estabamos preparando...Fue en este momento que vislumbré Gaia. Un pasmoso pensamiento vino a mí. La atmósfera terrestre es una extraordinaria e inestable mezcla de gases y, sin embargo, yo sabía que se mantenía constante en su composición durante largos periodos de tiempo ¿Podría ser que la vida sobre la Tierra no sólo estuviese haciendo la atmósfera sino que además la estuviese regulando, manteniéndola en una composición constante y a un nivel favorable para los organismos? (citado en pp. 119-120.
Lo que Lovelock escribe, consciente o no, es una epifanía: una narración basada en una revelación súbita, casi divina y hasta cierto punto inexplicable. Este hombre, igual que Capra, antes de comenzar a explicar su teoría decide hacer una narración sobre la forma epifánica como dio con ella, quizá con el afán de compartir su propio proceso de comprensión y deducción de aquello que ahora invita a sus lectores a comprender. Así, aparecen en su narración tiempo y lugar de una forma bastante poética: el otoño en un cuarto de laboratorio (no habría sido un geno romántico de haberlo descubierto mientras paseaba al perro, digamos); el momento, además, es descrito con un símil típico: "como un relámpago de iluminación"; la "revelación" llega a él súbitamente (siendo ella la agente, él el paciente), pero más adelante es él el que "vislumbra [a] Gaia"; Y termina, por supuesto, con la pregunta que él mismo se hizo en aquel momento, ahora narrada como un cuestionamiento triunfal. 

Lo que me resulta atractivo de esto no es tanto que estos autores de ciencia narren sus descubirmientos o hagan presentaciones divertidas de personajes de la historia de  sus disciplinas, sino que parecen estar muy al tanto de que ciertos usos del lenguaje hacen posibles ciertos efectos que a su vez son útiles para poder expresar sus ideas: y esto, por supuesto, es el meollo de una disciplina discursiva últimamente algo olvidada y que se llama Retórica. Hipérboles, símiles, lugares comunes (pensamiento súbito=relámpago) todos aparecen en estos textos en función de que los autores saben utilizarlos para ir cifrando y desarrollando ideas por lo demás bastante complejas. De hecho, entre las anéctodas que Capra resupera de Wiener y Von Neumann hay una que cuenta que estos autores dormían con papel y lápiz cerca para poder recordar metáforas y símbolos de sus sueños que luego utilizaban en sus explicaciones. Cosas así nos llevan a suponer, incluso, que estos personajes sabían que el mejor empleo de figuras retóricas como la metáfora, por mencionar una, es mucho más que vertir contenido sobre un vaso vacío, sino que el vaso es parte del contenido mismo, del conocimiento y de significado producido. Ponerle a las ideas el rostro humano y el devenir vital de quien las pensó no es poca cosa; tampoco escibir una teoría recreando el proceso de descubrimiento de una idea para compartirla con los lectores; y tampoco, por supuesto, construir conceptos cibernéticos vía figuras retóricas y simbólicas tomadas de los sueños. A final de cuentas creo que podemos decir que todos estos personajes, y seguramente muchos más, sabían a la perfección que no es lo mismo una idea puesta burdamente -académicamente- a una idea desarrollada y creada a través de un lenguaje que la llena potencial y de significaciones, y que a la postre la enriquece, por más que esto contradiga, hasta cierto punto, al ideal del mecánico objetivismo científico.

PD: La imagen se trata de la famosa Serie de Mandelbrot, cuya maravillosa explicación se puede encontrar en las páginas 161-168 del libro de Fritjof Capra citado ya. 

Afrodisíacas

El semestre pasado estuve inscrito en algo así como un taller de ensayo los viernes en la noche. No lo sé, pero era un lugar donde acostumbrábamos escibir más o menos con regularidad. Puesto que este semestre, por distintas razones, ya no podré participar en esa actividad, se me ocurrió intentar escribir cada viernes, o al menos los más posibles, una breve entrada sobre básicamente lo que sea.

Si bien es cierto que estas entradas irán rotuladas bajo la etiqueta "afrodisíacas" el muy hipotético y seguramente inexistente lector de este blog no debe confundirse y esperar algo tan entretenido como ese adjetivo sugiere. No señor. El nombre es así ya que, como sabemos, los viernes se llaman como se llaman por la diosa del amor Venus, cuya correspondencia griega es Afrodita. Y ya.

miércoles, 25 de enero de 2012

Deporte Extremo: 3. Muerto el perro...

En realidad no existe para el ciclista urbano mayor envidia que la que lo invade cuando, sin estar en su bicicleta, observa a otro ciclista hacerse paso por las calles mientras su cabeza se golpea torpemente contra algo a consecuencia de los abruptos frenones de un microbusero más. En efecto. Pero tampoco sería descabellado afirmar que a la envidia del momento le acompaña una sensación de alegría un poco mayor. La razón: cada vez se padece más la primera puesto que cada vez son más ciclistas los que se aventuran por esta ciudad. 
     ¿A qué se debe, pues, esta nueva proliferación de hombres y mujeres en bicicletas por una de las urbes más caóticas del planeta? Definidas quedaron ya, en otro lugar, las dificultades así como los trucos que aquejan a todo aquel que decida practicar esta subespecie de deporte extremo, pero no hemos hablado de las causas de su existencia. Por cierto, son demasiadas: la moda verde, los programas del gobierno, el calentamiento global, el precio de la gasolina, la creciente imposibilidad de moverse en automóvil de manera más o menos eficiente, la necesidad de quemar calorías cuando no se tiene tiempo para ir al gimnasio... Pero, para no hacer el cuento largo (que ni es esto un cuento, ni el blog fue hecho para lo largo) mencionaré las dos grandes razones que parecen unir, provocar y reproducir a las demás. 
     En su libro La invención de lo cotidiano, Michael de Certeau distingue entre lo que llama estrategias y lo que llama tácticas ¿Interesante, verdad? Pues sí. Con estrategias se refiere el francés a algo así como modelos planeados, pre-programados y de amplio alcance, que son impuestos sobre la vida social. Las tácticas, como ya sospechará el lector, son lo contrario: aquellas formas como distintos sectores de la sociedad se apropian y utilizan en su favor aquellos modelos impuestos. A diferencia de la estrategia, la táctica implica corto alcance -pequeñas hoyos escarbados en una gran pared- pero implica, sobretodo,  un desarrollo ininterrumpido, es decir, cotidiano. 
     En este sentido, es evidente que el gobierno capitalino ha intentado imponer a la sociedad ciertas estrategias para favorecer el uso de la bicicleta en detrimento de otros medios de transporte, y, en gran medida, lo ha logrado con éxito. Las famosas ecobicis (que se limitan a unas cuantas colonias bonitas, en este momento) y los carriles exclusivos son los referentes más claros, pero también la ampliación de horarios para llevar bicicletas en el metro o metrobús, además de ciertos RTP que ya tienen racks para colocarlas son ejemplos de esto. Aún así, en gran parte de la ciudad lo mencionado arriba suena fantasioso y la vida que el ciudadano común vive no se presta muy bien que digamos para el uso de este medio de transporte: la gran estrategia que es esta ciudad se lo sigue haciendo muy difícil al deportista en cuestión, pues. 
     De las tácticas con las que el ciclista, entonces, trata de elidir cotidianamente a esta amenazante ciudad ya he hablado bastante por lo que no vale la pena repetirme. Baste decir aquí que la proliferación cada vez mayor de tácticos de esta especie está poniendo y va a seguir poniendo en cuestión, espero que más temprano que tarde, al modo como construimos y habitamos esta ciudad. La creciente cantidad de ciclistas urbanos es un síntoma de la inconformidad de vivir en una ciudad cotidianamente tan poco apetecible y con demasiados problemas (dentro de los que caben bastantes de los mencionados arriba: desde el precio de la gasolina y las distancias hasta el medio ambiente y la salud), y parece como que la insatisfacción ha colmado lo suficiente como para intentar cambiar. 
     "Muerto el perro se acabó la rabia" dicen por ahí. Quizá no sea necesario matar al perro del todo. Es más, en algunos casos no cederá: uno normalmente no puede decidir qué tan lejos conseguirá trabajo, es trabajo y punto. Pero hay muchos frentes en donde definitivamente tendrá que ceder y si no, al menos cada parte de su organismo, del de la ciudad pues, debe ser sujeto a exámenes críticos y a tratamientos médicos.  Que el perro se sane, pa que no vaya a querer morder al ciclista. 

lunes, 9 de enero de 2012

Deporte extremo: 2. El lado bueno del monstruo

"En realidad todo tiene un lado oculto, como la luna" escribía G.K. Chesterton en su Defensa del absurdo. Más o menos por el mismo ámbito se movía el concepto de flâneur de Baudelaire desarrollado por Walter Benjamin y otros: aquel caminante citadino que, llevándole la contraria al progreso industrial, podía ver la ciudad desde un punto de vista privilegiado, tanto por vivirla cercanamente como por experimentarla justamente en sentido contrario a como lo debería de hacer: en tiempos de la construcción de las grandes avenidas, el flâneur elegía caminar. 

De hecho, a Benjamin -un caminante él mismo- le gustaba ejemplificar sus ideas con metáforas de recorridos materiales. En otra ocasión (que pueden consultar aquí), el alemán esbozaba la siguiente analogía: leer es como volar sobre un camino; transcribir es como caminarlo pues se puede palpar el terreno, sentir cada obstáculo, recibir órdenes del camino mismo. Me parece que la analogía está muy bien. Pero si en cambio nos acercamos a pensar qué sucede con el ciclista urbano, que (desafortunadamente) no vuela pero tampoco camina por la ciudad, la respuesta tendría que ser otra. El recorrido no es ni un sobrevuelo ni una transcripción: andar en bicicleta por la ciudad es más bien una re-escritura. El mapa, pues, no se lee y no se calca, el mapa se vuelve a dibujar. 

Y es que el ciclista urbano no es sólo un atrevido deportista, es también un flâneur pues, como ya dijimos aquí, su especialidad es llevarle la contraria al raciocinio urbano, y, en este quehacer, experimentar la ciudad de una manera diferente. Como el caminante de la modernizada París, el ciclista se dedica a descubrir la porción oculta al ojo cotidiano de este monstruo que es la ciudad. Pero este descubrimiento no se lleva a cabo, como en el caso del caminante y transcriptor benjamiano, al recibir órdenes del camino sino que se logra al construir el ciclista su propia ruta. 

En efecto, un buen ciclista sabe intuir esas porciones de la ciudad que son más amigables, esos espacios que quedan neutralizados entre dos avenidas gigantes, esa calle por la que no pasan coches: digamos que sacrificar los senderos de la revolución o, mejor aún, del patriotismo en favor de la sosa Avenida 1 es algo que todo practicante de este deporte consideraría sensato. En la práctica se aprende también que así como una calle demasiado grande puede ser un peligro, una demasiado pequeña puede ser un conflicto en caso de encontrarse de frente a un coche. En materia de planos inclinados, el ciclista tiende a gustar de las bajadas más inclinadas, pero evita a toda costa cualquier síntoma de subida. También, de preferencia, se distancia de empedrados, por más pintorescos que resulten pues pueden provocar lesiones irrevocables. Se sabe de avenidas en las que un carril o bien va en sentido contrario al resto o es para uso exclusivo de algún transporte público: un ciclista urbano que se nombre como tal no puede desaprovechar esta insuperable oportunidad. Si la banqueta es plana y está sin peatones, es legítimo utilizarla, pero todo adentrado sabe que esta combinación es del todo imposible en esta ciudad. Si hablamos de condiciones meteorológicas, se prefieren los días nublados, aunque haya necios que insistan en que son "tristes". En días de sol los ciclistas buscan los barrios y las calles arboladas; los días de lluvia suelen ser más conflictivos por lo que sólo diremos que cruzar un charco grande puede ser una molestia, uno pequeño una diversión. Durante el día, se puede ver a los ciclistas urbanos memorizando baches y grietas por toda la urbe. Esto último tiene una razón de ser: por las noches el ciclista está ocupado estudiando el alumbrado eléctrico; de la combinación infalible de ambas partes surgirá la ruta elegida. Una última premisa: ni los coches ni los peatones pueden dar seguridad puesto que ambos son conducidos por personas. 

Así, en el trazado de su ruta, en la elección de caminos y calles, el deportista va (re)dibujando el mapa de otra ciudad, una con una cara más sonriente y un trato más amable. El lado oculto del monstruo, aquél que no se basa en la rapidez o la efectividad, resulta un lado mucho más humano del normalmente pavoroso ser. 

Distopía, de Leonardo da Jandra

Les comparto una reseña que escribí en la revista electrónica Cuadrivio. La novela es Distopía de Leonardo da Jandra. Aquí.

miércoles, 4 de enero de 2012

Rastros del semestre

Algunas de las lecturas interesantes de este semestre:


  • Jonathan Franzen, The Corrections: Una enorme novela realista del 2001, conmovedora como muy pocas novelas que he leído últimamente.
  • Fritjof Capra, La trama de la vida: Un libro muy interesante para los que desconocemos todo lo que tenga que ver con cosas como matemáticas, biología o física pero que aún así nos interesa saber. Su propuesta encamina distintas teorías científicas más o menos recientes hacia una propuesta sintética. 
  • Jesús Martín Barbero, De los medios a las mediaciones: Un enorme libro que ahonda en el debate entre cultura popular y cultura masiva desde el concepto de hegemonía de Gramsci. Bastante genial.
  • Jean Franco, Decadencia y caída de la ciudad letrada: Una apasionante e inteligente revisión histórica de la literatura latinoamericana del siglo XX. Es un clásico al parecer pero yo apenas lo leí este semestre.