jueves, 2 de febrero de 2012

Wiener, Von Neumann y la retórica de la ciencia

En un ensayo de divulgación científica llamado La trama de la vida: una nueva perspectiva de los sistemas vivos (Anagrama: 1998), Fritjof Capra, antes de explicar las primeras teorías de la cibernética, introduce a los responsables de éstas de una forma que roza la descripción literaria. Cuando menciona a Norbert Wiener, por ejemplo, cuenta una anéctoda excéntrica que busca construir en el imaginario del lector a una especie de héroe-genio: 
Según testigos precenciales [de las Conferencias de Macy], Wiener tenía la desconcertante constumbre de quedarse dormido durante las discusiones, llegando incluso a roncar, aparentemente sin perder el hilo de lo que se decía. Al despertar, podía hacer de inmediato penetrantes comentarios o señalar inconsistencias lógicas (p. 72).
Una anécdota similar cuenta Capra de John Von Neumann, nuevamente para dejar en claro, a través de una figura muy conocida y que se llama hipérbole, la genialidad de un hombre como éste: "Se decía que él podía comprender la esencia de un problema matemático casi instantáneamente y que podía analizar cualquier problema -matemático o práctico- con tal claridad que toda posterior discusión resultaba innecesaria" (ibid.)
Es sin duda evidente que Capra utiliza hipérboles, anéctodas y rumores ("se decía" "según testigos"...) para construir a los personajes cuyas obras después explicará puesto que presentar a estos seres de cierto modo facilita la comprensión o el adentramiento en ideas más bien abstractas y complejas. Pero este científico no es el único que hace algo así, no es un bicho raro que decidió sacrificar la tan ansiada objetividad del discurso científico en favor de una comprensión más amplia. De hecho, el uso de estos recursos del campo de lo literario parece ser algo bastante común. Más adelante en el texto, por ejemplo, Capra cita a James Lovelock en el momento en que supuestamente éste se da cuenta de los alcaces de su descubrimiento:
La revelación de Gaia vino a mí súbitamente, como un relámpago de iluminación. Me encontraba en una habitación  del piso superior de los Laboratorios de Propulsión a Chorro en Pasadena, California. Era otoño de 1965... y estaba hablando con mi colega Dian Hitchcock sobre un documento que estabamos preparando...Fue en este momento que vislumbré Gaia. Un pasmoso pensamiento vino a mí. La atmósfera terrestre es una extraordinaria e inestable mezcla de gases y, sin embargo, yo sabía que se mantenía constante en su composición durante largos periodos de tiempo ¿Podría ser que la vida sobre la Tierra no sólo estuviese haciendo la atmósfera sino que además la estuviese regulando, manteniéndola en una composición constante y a un nivel favorable para los organismos? (citado en pp. 119-120.
Lo que Lovelock escribe, consciente o no, es una epifanía: una narración basada en una revelación súbita, casi divina y hasta cierto punto inexplicable. Este hombre, igual que Capra, antes de comenzar a explicar su teoría decide hacer una narración sobre la forma epifánica como dio con ella, quizá con el afán de compartir su propio proceso de comprensión y deducción de aquello que ahora invita a sus lectores a comprender. Así, aparecen en su narración tiempo y lugar de una forma bastante poética: el otoño en un cuarto de laboratorio (no habría sido un geno romántico de haberlo descubierto mientras paseaba al perro, digamos); el momento, además, es descrito con un símil típico: "como un relámpago de iluminación"; la "revelación" llega a él súbitamente (siendo ella la agente, él el paciente), pero más adelante es él el que "vislumbra [a] Gaia"; Y termina, por supuesto, con la pregunta que él mismo se hizo en aquel momento, ahora narrada como un cuestionamiento triunfal. 

Lo que me resulta atractivo de esto no es tanto que estos autores de ciencia narren sus descubirmientos o hagan presentaciones divertidas de personajes de la historia de  sus disciplinas, sino que parecen estar muy al tanto de que ciertos usos del lenguaje hacen posibles ciertos efectos que a su vez son útiles para poder expresar sus ideas: y esto, por supuesto, es el meollo de una disciplina discursiva últimamente algo olvidada y que se llama Retórica. Hipérboles, símiles, lugares comunes (pensamiento súbito=relámpago) todos aparecen en estos textos en función de que los autores saben utilizarlos para ir cifrando y desarrollando ideas por lo demás bastante complejas. De hecho, entre las anéctodas que Capra resupera de Wiener y Von Neumann hay una que cuenta que estos autores dormían con papel y lápiz cerca para poder recordar metáforas y símbolos de sus sueños que luego utilizaban en sus explicaciones. Cosas así nos llevan a suponer, incluso, que estos personajes sabían que el mejor empleo de figuras retóricas como la metáfora, por mencionar una, es mucho más que vertir contenido sobre un vaso vacío, sino que el vaso es parte del contenido mismo, del conocimiento y de significado producido. Ponerle a las ideas el rostro humano y el devenir vital de quien las pensó no es poca cosa; tampoco escibir una teoría recreando el proceso de descubrimiento de una idea para compartirla con los lectores; y tampoco, por supuesto, construir conceptos cibernéticos vía figuras retóricas y simbólicas tomadas de los sueños. A final de cuentas creo que podemos decir que todos estos personajes, y seguramente muchos más, sabían a la perfección que no es lo mismo una idea puesta burdamente -académicamente- a una idea desarrollada y creada a través de un lenguaje que la llena potencial y de significaciones, y que a la postre la enriquece, por más que esto contradiga, hasta cierto punto, al ideal del mecánico objetivismo científico.

PD: La imagen se trata de la famosa Serie de Mandelbrot, cuya maravillosa explicación se puede encontrar en las páginas 161-168 del libro de Fritjof Capra citado ya. 

Afrodisíacas

El semestre pasado estuve inscrito en algo así como un taller de ensayo los viernes en la noche. No lo sé, pero era un lugar donde acostumbrábamos escibir más o menos con regularidad. Puesto que este semestre, por distintas razones, ya no podré participar en esa actividad, se me ocurrió intentar escribir cada viernes, o al menos los más posibles, una breve entrada sobre básicamente lo que sea.

Si bien es cierto que estas entradas irán rotuladas bajo la etiqueta "afrodisíacas" el muy hipotético y seguramente inexistente lector de este blog no debe confundirse y esperar algo tan entretenido como ese adjetivo sugiere. No señor. El nombre es así ya que, como sabemos, los viernes se llaman como se llaman por la diosa del amor Venus, cuya correspondencia griega es Afrodita. Y ya.