lunes, 9 de enero de 2012

Deporte extremo: 2. El lado bueno del monstruo

"En realidad todo tiene un lado oculto, como la luna" escribía G.K. Chesterton en su Defensa del absurdo. Más o menos por el mismo ámbito se movía el concepto de flâneur de Baudelaire desarrollado por Walter Benjamin y otros: aquel caminante citadino que, llevándole la contraria al progreso industrial, podía ver la ciudad desde un punto de vista privilegiado, tanto por vivirla cercanamente como por experimentarla justamente en sentido contrario a como lo debería de hacer: en tiempos de la construcción de las grandes avenidas, el flâneur elegía caminar. 

De hecho, a Benjamin -un caminante él mismo- le gustaba ejemplificar sus ideas con metáforas de recorridos materiales. En otra ocasión (que pueden consultar aquí), el alemán esbozaba la siguiente analogía: leer es como volar sobre un camino; transcribir es como caminarlo pues se puede palpar el terreno, sentir cada obstáculo, recibir órdenes del camino mismo. Me parece que la analogía está muy bien. Pero si en cambio nos acercamos a pensar qué sucede con el ciclista urbano, que (desafortunadamente) no vuela pero tampoco camina por la ciudad, la respuesta tendría que ser otra. El recorrido no es ni un sobrevuelo ni una transcripción: andar en bicicleta por la ciudad es más bien una re-escritura. El mapa, pues, no se lee y no se calca, el mapa se vuelve a dibujar. 

Y es que el ciclista urbano no es sólo un atrevido deportista, es también un flâneur pues, como ya dijimos aquí, su especialidad es llevarle la contraria al raciocinio urbano, y, en este quehacer, experimentar la ciudad de una manera diferente. Como el caminante de la modernizada París, el ciclista se dedica a descubrir la porción oculta al ojo cotidiano de este monstruo que es la ciudad. Pero este descubrimiento no se lleva a cabo, como en el caso del caminante y transcriptor benjamiano, al recibir órdenes del camino sino que se logra al construir el ciclista su propia ruta. 

En efecto, un buen ciclista sabe intuir esas porciones de la ciudad que son más amigables, esos espacios que quedan neutralizados entre dos avenidas gigantes, esa calle por la que no pasan coches: digamos que sacrificar los senderos de la revolución o, mejor aún, del patriotismo en favor de la sosa Avenida 1 es algo que todo practicante de este deporte consideraría sensato. En la práctica se aprende también que así como una calle demasiado grande puede ser un peligro, una demasiado pequeña puede ser un conflicto en caso de encontrarse de frente a un coche. En materia de planos inclinados, el ciclista tiende a gustar de las bajadas más inclinadas, pero evita a toda costa cualquier síntoma de subida. También, de preferencia, se distancia de empedrados, por más pintorescos que resulten pues pueden provocar lesiones irrevocables. Se sabe de avenidas en las que un carril o bien va en sentido contrario al resto o es para uso exclusivo de algún transporte público: un ciclista urbano que se nombre como tal no puede desaprovechar esta insuperable oportunidad. Si la banqueta es plana y está sin peatones, es legítimo utilizarla, pero todo adentrado sabe que esta combinación es del todo imposible en esta ciudad. Si hablamos de condiciones meteorológicas, se prefieren los días nublados, aunque haya necios que insistan en que son "tristes". En días de sol los ciclistas buscan los barrios y las calles arboladas; los días de lluvia suelen ser más conflictivos por lo que sólo diremos que cruzar un charco grande puede ser una molestia, uno pequeño una diversión. Durante el día, se puede ver a los ciclistas urbanos memorizando baches y grietas por toda la urbe. Esto último tiene una razón de ser: por las noches el ciclista está ocupado estudiando el alumbrado eléctrico; de la combinación infalible de ambas partes surgirá la ruta elegida. Una última premisa: ni los coches ni los peatones pueden dar seguridad puesto que ambos son conducidos por personas. 

Así, en el trazado de su ruta, en la elección de caminos y calles, el deportista va (re)dibujando el mapa de otra ciudad, una con una cara más sonriente y un trato más amable. El lado oculto del monstruo, aquél que no se basa en la rapidez o la efectividad, resulta un lado mucho más humano del normalmente pavoroso ser. 

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