miércoles, 7 de octubre de 2009

El Laberinto

Parsifae, esposa del rey Minos, fue seducida por el mismo toro que Minos había pedido como señal a los dioses (la dicha de hoy es la desdicha del mañana ¿verdad?); como resultado a esta seducción, la reina cretense tuvo un hijo, con cuerpo de hombre y cabeza de toro: el Minotauro. Minos, avergonzado, hace construir a Dédalo, el gran arquitecto, un laberinto para guardar a esta criatura. Nadie encontró nunca la salida a ese laberinto y todos morían a manos del minotauro; todos excepto Teseo que entró amarrado con un hilo para recordar, después de matar al minotauro, la salida del laberinto.
En este mito encontramos sentadas las bases de lo que sería la razón, camino de la verdad en el mundo de occidente. Permítaseme. El toro, animal seductor y provocador de los más atroces y más impulsivos deseos del hombre es la representación de Dionisios, el dios griego de los instintos y de las fuerzas vitales y extáticas del hombre. Pero aún el Minotauro, mitad hombre mitad bestia, también Dionisios, pero el Dionisios que todos llevamos dentro: el de nuestros instintos, el de las pasiones. Y Teseo, por su parte, representa la parte Apolínea (aunque con reservas, como apunta Girogio Colli) y sobre todo la parte de la techné, el uso del pensamiento, de la idea y del ingenio (el hilo). El Minotauro y Teseo pelean, fuerza e instinto contra técnica e idea luchan a muerte, sólo uno puede vencer, y ese lugar donde pelean, el lugar de donde un vencedor surgirá, el laberinto es el Logos, la razón, la verdad. Y los griegos eligen a Teseo vencedor: eligen la idea y la racionalidad contra los impulsos y las pasiones como el camino hacia el conocimiento, hacia la salida verdadera y única de ese logos que es en verdad un laberinto

No hay comentarios:

Publicar un comentario