lunes, 18 de enero de 2010

Said, Djaout, Laye

Entre las lecturas que he hecho durante estas vacaciones me he topado con tres que, además de ser excelentes, tienen bastante en común. La obra de Edward W. Said supera en magisterio cualquier presentación barata que yo le podría ofrecer en estos renglones. Es realmente una obra fascinante, que envuelve al lector en un mundo de ideas desarrolladas de la manera más perfecta que se puede pedir. Y una de las lecciones principales de su obra crítica es abrirnos los ojos ante la realidad de que en las obras literarias (y culturales en general) europeas no sólo se reflejan las relaciones entre las metrópolis imperiales y el resto de sus dominios sino que sirvieron y sirven todavía para determinar estas relaciones. Además de autores como Conrad, Kypling, Lawrence y Forster, donde es evidente el conflicto, novelas como Mansfield Park, que en apariencia no lo presenta, en el fondo sí lo hace, y Said demuestra de manera muy convincente la importancia de esto para la visión imperialista del siglo XIX británica. Pero también en los lugares colonizados se puede leer entre los textos esta relación tan significativa entre los dominantes intrusos y los dominados y todos los cambios culturales y de poder que de esta relación surgieron y que, a pesar de que la forma ha cambiando, siguen existiendo.
Las otras dos lecturas que mencioné son dos relatos escritos por autores africanos: el argelino Tahar Djaout y Camara Laye de Guinea. El relato del primero expresa claramente un conflicto de tipo imperialista a través de la narración de un viaje norte-sur donde se hacen palpables las diferencias culturales entre pueblos, todo unificado en la búsqueda de un cuerpo, víctima de la guerra de independencia argelina.
Pero es sobre todo el relato de Laye, titulado La Serpiente, el que me llamó la atención. Y es que en este relato aparecen una serie de elementos significativos que expresan dos visiones de mundo en un claro conflicto territorial. Por un lado están los elementos nativos:los ungüentos mágicos, las creencias del pueblo y las chozas donde habitan; por otro están los elementos occidentales: el ferrocarril, el taller del padre y la escuela. Y es un elemento el que destaca, una serpiente negra que es la que dota de poder mágico al dueño del taller, padre del narrador. Una de las cosas notorias es que el narrador cuenta cómo a todas las serpientes que se debían de matar las había visto en las vías del ferrocarril mientras que a la serpiente negra, la serpiente del poder, se la encuentra a medio pueblo. Se puede leer aquí tal vez un conflicto sobre el poder, sobre el poder nativo por encima del poder colonizador que trajo el ferrocarril. Puede ser. Pero lo que es un hecho es que el conflicto entre los dominados y los dominantes se vuelve más dramático cuando el narrador cierra el relato con la disyuntiva: quedarse con la serpiente negra o ir a la escuela; la última es la que tiene por obligación hacer, es la realidad, mientras que quedarse con la serpiente es la que hubiera querido. El conflicto entre el deseo de un lugar independiente a la colonización y la realidad del poder del colonizador.

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