lunes, 25 de enero de 2010

Lecturas

Es común considerar que el trabajo de la crítica literaria es juzgar si una obra es buena o mala, lo cual la hace ver, básicamente, como el aburrido y típico profesor de secundaria que te corrige la ortografía y te dice si tu trabajo está bien o mal (en pocas palabras, si le gustó o no). No me gusta esta concepción para nada. Yo pienso que la crítica literaria no debe ser una especie de tribunal en el que se juzgue, con ese tono pedante y asqueroso de los jurados de serie de televisión gringa, si la obra es hallada inocente o culpable. Es decir, la crítica puede ofrecer mucho más que una sentencia que además suele ser más que dudosa. Nadie quiere ser el profesor aburrido de secundaria.
Pero si la crítica apunta hacia un trabajo creativo propio, entonces es otra historia. Y la forma de hacer esto es cuando se proponen nuevas lecturas, nuevas formas de entender un texto y de hacerlo revivir. Una lectura novedosa y con propuesta puede enseñar mucho, incluso sobre la obra más consagrada, pues, como dice Stanley Fish, una buena parte del significado que obtenemos de un texto surge a partir de la manera como lo enfrentamos. Así, una crítica que quiera crear un proyecto, un proyecto de lectura, de interpretación y de importancia, es una crítica que aspira y que da mucho más que aquélla que se preocupa en decidir entre una paloma y un tache.

No hay comentarios:

Publicar un comentario