lunes, 26 de julio de 2010

Los detectives salvajes

¿Cómo decir algo, cómo esbozar siquiera una idea sobre lo que se siente y lo que es leer Los detectives salvajes sin faltarle al respeto, sin reducir el mérito y el genio de una novela así? Ni lo intentes. Pero incluso a sabiendas de esto vale la pena esforzarse por plasmar algunas reacciones a la lectura de la novela de Roberto Bolaño. Intentaré dos, breves y pequeñas.

I La narrativa
Los detectives salvajes, como toda novela, es una narración. Narrar es contar algo, presentar en palabras -en este caso- una secuencia de momentos y de acciones unidas y sea por el tiempo, por el espacio, por la causalidad o por pertenecer a una misma metáfora. Los detectives salvajes es la narración de una serie de momentos y de acciones unidas en las figuras de dos protagonistas, pero son los medios como se lleva a cabo esta figuración lo que resulta realmente sorprendente.
Uno de estos medios es el diario. El diario, elemento literario pero sobretodo elemento de la cotidianeidad, es un espacio de escritura en donde se puede escribir lo que sea. Su corta periodización es clave: cada día una nota sobre lo relevante de ese día, cada día detalles, recuerdos frescos. Es evidente que si se quiere escribir lo relevante de un año se eliminarán un montón de cosas que en cambio sí aparecerían al escribir lo relevante de un día: leer el resumen de un año es como leer un libro de texto de historia mientras que leer un año de diario es como leer una novela. El diario representa, además, el traslado de un yo explícito, declarado, al papel. No se puede escribir un diario sin pactar de antemano que se expondrá una sola visión de mundo. La intimidad, pieza clave del diario como género según muchos, puede existir pero no es fundamental, la individualidad de la escritura sí lo es. Dos de las tres partes de Los detectives salvajes (1ª y 3ª) se narran a través del diario. El efecto es brillante: a través de la individualidad de un yo (Juan García Madero) y su entrada al mundo de los protagonistas, se introduce a estos dos otros, a los detectives salvajes. Un yo que define a otros.
Ulises Lima y Arturo Belano, introducidos por el diario, son figuras que se construyen y se agrandan a lo largo de la segunda parte utilizando un recurso narrativo parecido al diario: el testimonio. La segunda parte se vuelve una especie de diario a voces, al mismo tiempo que es la arquitectura insospechada de dos figuras así como una novela narrada desde una multiplicidad de perspectivas. Voces, opiniones y conjeturas es todo y a la vez es nada en esta novela. Y es brillante.

II El tiempo de la historia, el tiempo del relato:
El tiempo de la historia transcurre a lo largo de treinta años, es decir, buena parte de la vida de ambos protagonistas. El tiempo del relato (el orden en que son contados estos años) va uniendo y desuniendo ese tiempo de la historia. El detallado día a día del diario se multiplica en el testimonio en el recuerdo, en la síntesis de un encuentro, de una etapa. El tiempo cronológico no tiene importancia porque lo que une la historia y la vida de los detectives está fuera del tiempo real y causal. Pero el orden del relato nos hace ir y venir, completar -o al menos intentarlo- rogar e investigar, adelantarnos y atrasarnos casi sin darnos cuenta de que todas esas acciones son exigencias obligatorias a las que nos expone el relato de la historia. Y lo que queda es una sensación de intriga y de placer fuera de serie.

En fin, no creo que estas opiniones le puedan hacer justicia a una novela así, pero el hecho de intentarlo es suficiente -por ahora- para poner por escrito la apasionante empresa que fue, para mí, leer Los detectives salvajes.

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